Después de pasar una noche de fondeo incómodo, nos fuimos a pasar
el día a la siguiente cala, Cala Mitjana, que nos había gustado mucho el año
anterior.
Al llegar a la cala nos sorprendió lo bien ordenados que
estaban los barcos que habían pasado la noche en la cala. Todos en fila, uno al
lado del otro, con el ancla en proa y un cabo por popa a tierra. A simple vista
parecía que estaban amarrados en un puerto:
Buscamos un hueco, y nos metimos entre un flamante Oceanis
43 y un velero de hierro de un transmundista francés. Mientras las mujeres
babeaban con el Oceanis, yo me quedé flipado con el hierro francés. Como
siempre me tiré al agua para asegurar el ancla, y de paso amarrar el cabo a
tierra por popa, y me quedé un rato charlando con el vecino francés. La verdad
es que con las pintas que tenía (pelo largo con rastas y barba, todo canoso)
creo que los ‘pijos’ del resto de veleros no se le acercaban mucho, por lo que
el hombre parecía encantado de que alguien se interesara por su barco. Me contó
que estaba por las islas pasando el verano, y que en octubre empezaría a tirar
para canarias, luego cabo verde, y a cruzar el atlántico!! Le dije que era mi
sueño.
Bajamos a la cala, y decidimos ir a andar un poco y pasar el
día en Cala d’Or. Le pedí a mi nuevo amigo que le echara un vistazo al barco ya
que íbamos a estar unas horas fuera, y el hombre me dijo que no me preocupara,
que el no tenía pensado moverse.
Después de una buena caminata (5km) por caminos y campos,
llegamos a nuestro destino.
Pasamos el día en Cala d’Or, paseando, viendo tiendas, bañándonos
y tomando el sol en la playa, luego fuimos a tomar café a un sitio con piscina,
y al atardecer volvimos a nuestra pequeña cala, para ver como poco a poco la
gente se iba, y nos dejaban la cala para que la disfrutáramos nosotros solitos:
Al anochecer nos volvimos al barco a cenar, tomar algo y a dormir
pronto, que estábamos cansados.
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